domingo, 19 de febrero de 2012

George Sollet y la Capilla de los Caballeros


Mi nombre es Jefferson Orahann, un nombre que no les dirá nada, ni les recordará a nadie interesante. Soy un humano más en una ciudad en la que los nombres sureños no son escuchados, ni aparecen en los periódicos, ni tampoco se les considera Neohallianos por muchos años que pasen viviendo en la gran urbe de New Big Hall. Aunque mi historia es de aquellas que merecen la pena, y les aseguro que aunque mi apellido sureño les recuerde a aquella imagen entrañable de vendedores de antigüedades o a aquellos libreros que venden pequeños tomos ilustrados de criaturas marinas en el puerto Timm como El Orahann Blanco, este relato quizá sea mucho más interesante para ustedes, que de bien seguro querrán saber porqué un sureño de piel tostada se interesa en informar a su ilustre gremio sobre un importante hallazgo.

Me encontraba sentado en mi butaca de piel Alorfiana, observando la vieja pantalla retransmisora, sin demasiado interés debo decirles, las agresivas carreras del equipo de vuelo de Reeppak nunca han llamado demasiado mi interés. Así que por tener algo de entretenimiento aquella noche decidí ir al saloon de Himlick de Görntown, fue en ese preciso instante cuando el teléfono sonó, y eso para mi caballeros, siempre es una sorpresa. Así que corrí a contestar la llamada y la voz que escuché me pareció propia de un hombre culto y instruido, eso lo sé porque a lo largo de mi vida he conocido a muchos. Pues bien, ese hombre decía conocer algunas de las publicaciones que mi tío Joseph había hecho hacía ya muchos años. Mi tío no escribía sobre criaturas marinas, ni tampoco vendía antigüedades, cartografiaba y estudiaba las complejas estructuras de la tierra, creo que ustedes lo llamarían "geólogo". Este caballero me preguntó si poseía algunos números concretos de la revista "Itinerantes", números que han sido prohibidos por el Ministerio OCCULUM hace ya cuatro años. Cuando comprendí lo que me pedía y la gran cantidad que me ofrecía por esos números decidí no arriesgarme a contestar telefónicamente y decirle que no los podía tener porque están prohibidos, pero que le enviaría el resto de números si los deseaba para su colección.

El hombre, tras una pausa accedió y me dio una dirección y una hora en la cual esperaría el paquete. Siempre he tenido espíritu valiente y esa noche no tenía nada mejor que hacer, y conocer a alguien interesado en los tomos de mi tío me suscitó un gran interés, fuera quién fuera no me había dado su nombre y yo tampoco había reparado en ello hasta haber colgado el teléfono, pero no importaba quizá era mejor así... Así pues tras una exhaustiva búsqueda até todos los números del Itinerantes que me había pedido y tras coger algo de tabaco y mi pipa más elegante me marché con el abrigo en el hombro, tapando cuidadosamente el fardo con contenidos prohibidos.

Cuando llegué a la dirección que me había indicado contemplé asombrado el edificio neoclásico que tenía delante, no me malinterpreten caballeros, pero pocas veces me asombro por la arquitectura pre-OCCULUM. En la entrada había un hombre delgado ataviado con una chaqueta larga y un sombrero de piel al más puro estilo Providentiano. Tras observarme desde la puerta me hizo un gesto para que me acercara, he de decir que me asustó un poco su aspecto, pero algo me dijo que ese hombre realmente me esperaba. Así que intentando no vacilar me acerqué y esperé a que hablara, el hombre me miró fijamente y esperó a que llegara. Destapé el fardo para mostrarle lo que había traído y él levantó su mano enguantada en una negra piel y me dijo que esperara, que le siguiera. Me llevó al interior y tras un incómodo silencio en el ascensor me llevó a una sala en la que me esperaba el hombre que probablemente había hablado conmigo por teléfono. Ese hombre iba vestido de una forma impecable, pero no parecía un erudito, sino más bien un periodista o un maestro de escuela, nunca he encontrado la diferencia entre ambos. A través del cristal de la puerta, la sala parecía mucho más pequeña, en realidad era mucho más grande que la de mi humilde apartamento y mucho mejor nutrida, tanto sus paredes como el suelo alfombrado.

George Sollet era su nombre, me dijo que no debía preocuparse por hablar libremente, y me sirvió un vaso de whisky, y aunque no entiendo demasiado de bebidas, aquella debía ser muy adecuada para la reunión, puesto que la botella tenía impresa una etiqueta con formas exquisitas. No probé trago, al acercarme el vaso a la boca el poderoso olor a alcohol me hizo cambiar de idea al instante. Tras aclimatarme a su neutral tono de voz, me di cuenta de que ese hombre se movía de forma muy metódica y su porte a la hora de sostener el monóculo mientras observaba los números del Itinerantes indicaba pautas que delataban muchas cosas. No se lo pregunté pero ese hombre probablemente había sido militar. Tras el riguroso examen dejó sobre la mesa un sobre con más de cuatrocientos dólares, son tiempos difíciles así que acepté y me despedí cordialmente y me dirigí hacia el pasillo donde estaba el ascensor. En ese momento viví los segundos más tensos de toda mi vida.

El sonido de los disparos venía desde abajo, me asomé por el hueco de la escalera y vi a esos paliduchos lampiños del gobierno abriendo fuego contra el ayudante de Sollet. El miedo me recorrió el cuerpo, escuché el sonido de sus pesadas botas subir por las escaleras más rápido que cualquier humanoide normal, pude reaccionar a tiempo y logré esconderme tras una columna justo al lado de las escaleras que llevaban al siguiente piso. Compréndanme caballeros, no soy un valeroso pistolero, de hecho jamás he usado un arma y tampoco tendría valor para defenderme de seres como esos. En pocos segundos vi salir a Sollet de su habitación y revólver en mano dirigirse al pasillo donde se encontró con los macabros policías que venían a por él. Me sorprendió que no abrieran fuego para contestar los disparos de Sollet, uno de ellos utilizó su sable para amputar la mano que empuñaba el revólver mientras el otro lo inmovilizaba, en menos de cinco minutos se habían llevado a Sollet y habían matado a su ayudante. Yo de algún modo me sentía culpable, quizá la tenencia de las revistas le pondrán las cosas difíciles cuando registren su apartamento.

Así que decidí entrar a recuperar los números, no quiero parecer un vulgar ladrón, pero todo aquello me había sobrecogido y me pareció importante recuperar las revistas, aunque después de ver como habían capturado a Sollet, quizá los números del Itinerante eran solo el menor de sus problemas. Y este es el momento de mi historia que creo que puede serles de gran interés, entre los documentos que habían en el cajón donde imagino que guardaba su revólver encontré una carpeta con un mapa subterráneo interconectando diversos puntos de la ciudad mediante túneles, que llevan a un lugar bajo tierra que Sollet llama "La Capilla de Zhenoghaia". No soy religioso, pero mi tío siempre hablaba de que en la capital los Caballeros de Zhenoghaia se habían escondido durante el final de la guerra, y que almacenaban un gran poder divino. Si estos planos les pueden llevar a la capilla, estaré encantado de reunirme con ustedes y de llegar a un acuerdo que pueda beneficiarnos a ambos.

2 comentarios:

  1. Pero dadme ya mi juego! XDDDD

    Selenio.

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  2. Quiero mi bo-cadillo!! Quiero mi bo-cadillo!! xDD Me ha encantado esta entrada tío...

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